01 diciembre 2009

... cinta transportadora ...

CINTA TRANSPORTADORA

Jose Javier Cerezo Cantero, Noruego para los amigos, o Noru, o Su Norísima…

1 de Diciembre de 2009, quedan 13 días; perdón, ya, 2 de Diciembre de 2009, quedan doce…

A mi hermanilla la güera

Recuerdo que aún tenía el pelo largo y llevaba aquellas gafas redondas de montura metálica. Si me lo recogía (el pelo (nota de la transcriptora )) hacia atrás lo más adherido posible al cráneo y ponía cara de malo parecía un oficial de alto rango de la GESTAPO, pero jamás he estado en Alemania y mucho menos en los años cuarenta. Recuero que aquel día llegaba de caminar sin un rumbo determinado por las calles que no conocía, de hacerles unas preguntas a algún sin techo y tomar notas, o algo así supongo. Hacía calor, pero en el metro se estaba bien. Aún quedaba mucho para la hora punta y en sus profundidades la ciudad se daba una tregua. Entonces, vi a una niña del revés. Por supuesto, iba a contracorriente.

Cuando se lo estaba contando a mi compañero de piso, entre las paredes de nuestro salón atestado de cacharros inservibles y mugre, él me miraba con un gesto que oscilaba entre la desidia y el escepticismo, pero eso casi ni me importó. Me sentía como si en ese momento hubiera descubierto algo transcendental, como si alguien (aquella niña, quién si no) me hubiera revelado sin palabras una importante lección y ahora yo era su profeta.

-Entonces –intentaba concretar C.-, dices que la niña esa iba andando a contramano por la cinta transportadora, sí, ya sé, esa que casi siempre está estropeada, y que después de avanzar con gran esfuerzo, justo cuando ya casi está tan cerca de llegar a tierra firme, agotada, deja de caminar para alejarse inmediatamente, sin poder hacer nada.

-Exacto.

-¿Y? –preguntó C., que se había levantado de la silla y se dirigía a la cocina.

-Pues eso tío, que la niña siguió intentándolo –apunté yo un poco agitado-. Más o menos, cuando había recorrido la mitad de la cinta en su movimiento del revés, tomaba aliento, se rehacía y volvía a la carga… Una lucha perpetua.

-Si, bueno, tampoco tiene tanto misterio, ¿no? Eso lo hemos hecho todos en alguna ocasión –dijo C., después de arrancar un trozo de pan y llevárselo a la boca-. A mí me pasó algo parecido, pero eran escaleras. Una vez, de crío, me estaba persiguiendo un segurata en un centro comercial porque había mangado un casete, ya ves tú, un disco de los “Modern Talking”, que a mi ni me gustaban ni nada. Al final se lo di a mi hermana –después de una ligera pausa para tragar un trozo de salchichón, retomó la narración-. Pues eso, cuando me vio el segurata me puse a correr como un cabrón y justo cuando ya voy a bajar las escaleras para salir de allí me doy cuenta que estaban llenas de gente, como si todo el mundo se hubiera puesto de acuerdo para irse al mismo tiempo, y no podía pasar sin antes hacer cola. Solo tenía una salida, las escaleras mecánicas, pero las que iban en sentido contrario. Así que nada, bajé todo lo rápido que pude huyendo de allí, mientras la gente me dirigía miradas de asombro y curiosidad. Una abuela, incluso, empezó a reirse cuando me resbalé y casi me caigo.

-Qué cabrona la vieja.

-Sí… ¿Cuándo vamos a comer? –preguntó C., después de cortar el último trozo de fiambre-. Tío, prepara algo de comida, por favor.

-Ya sabes que hasta que no limpies los platos aquí no come nadie –le dije, señalando un fregadero que parecía Kosovo.

-Bueno, vale, pero haz algo que se pueda comer con cuchara –consiguió decir C. entre toses.

-¿Sabes?, en cierto modo me ha recordado a un hamster enjaulado, montado en una de esas ruedas que dan vueltas –le dije a C., que estaba algo distraído quitando costras de comida reseca-. Aunque, exactamente no es lo mismo, la niña si se esforzaba conseguía avanzar, pero el hamster nunca se mueve de sitio.

-Claro que no es lo mismo, además, seguro que la niña tampoco tenía bigotes de rata… No obstante, bien mirado –aclaró C. con una fingida reflexión-, solo tienes que esperar a que se haga mayor.

-Sí, claro –murmuré, después de encenderme un cigarro-. Además, cuando caminas de esa manera –insistí, tras otra calada- lo mejor es mirar hacia abajo, que es el presente. ¿No crees? Porque cuando miras hacia atrás, hacia el pasado, pierdes el equilibrio, no es nada práctico. Y si miras adelante, al futuro, lo único que ves es algo que está ahí, pero siempre en el mismo lugar, como una luz al final del camino que no llega nunca, un tanto desalentador.

-Lo que más me jode de fregar los platos es que no puedo fumar –soltó C., secándose las manos y apresurándose en sacar un cigarro para encenderlo con avidez-. Entonces, lo mejor que puedes hacer es concentrarte en lo que te está pasando, ¿o qué?

-Tal vez… quién sabe.

-Venga nene, haz la comida.

-Lo de esa cría ha sido algo así como una desconcertante metáfora sisifesca en un escenario tardomoderno. Esa niña era como una Sísifo de bolsillo.

-¿Y qué hizo con la roca? –preguntó C. irónico.

-Nada… Al final dejó de caminar. Se relajó, estiró los brazos y a todos los que pasaban por allí en ese momento les dedicó una sonrisa.

-Tío, suenas como el final de un relato chapucero.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Joder, Al Norgensen ha vuelto !!!

nueva gomorra dijo...

Ruuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuubiiiiioo!

Anónimo dijo...

ese güero que días de vino y salchichón y de darme fiados paquetes de tabaco. Con que poco dinero se puede llegar a sobrevivir, jejeje

Curro Jiménez Melero