10 septiembre 2008

... afortunada yo ...

Conversaciones clarificadoras… tranquilas, y a propósito de la capacidad que tenemos algunos y algunas de desaprender lo que nos han enseñado como verdades para ir dándole un carisma propio a nuestra vida… se presuponen actitudes con respecto a situaciones que nos han enseñado porque las cosas han sido así de toda la vida… cuando una relación acaba, de toda la vida (o eso dicen algunos), hay dolores, tristezas, penas… pero también se presupone que hay rencores, reproches, mentiras… y tengo suerte de haber dado con una persona con la que puedo seguir contando a pesar de esas tristezas y dolores… que afortunada me siento por tener a una persona que sigue formando parte de mi vida con la que puedo comentar, siempre con mucha delicadeza, que ahora comparto mi vida con otra, que me siento mejor o peor por distintos temas sentimentales… y esa franqueza con la que aceptamos que cada uno va tomando su camino, esa manera tan valiente de afrontar que cada uno corre en una dirección, aunque antes fuera compartida… y aunque todo esto no quiere decir que la situación-conversación no sea dolorosa, pero por encima del dolor, la tristeza y la nostalgia de sabernos separados, está el cariño y la ternura, está el recuerdo de que sabemos aceptar cada uno la individualidad del otro… y la verdad, es que me siento abrumada por haber encontrado a alguien que, como yo, se alegra de mis alegrías, aunque éstas impliquen sentimientos difíciles de sentir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Eso si que es civilización y no la que en otras épocas se intentó imponer allá, en esas otras latitudes!

Sí, tienes, tenéis, una capacidad de comprensión mutua que apabulla. Y es que no podía ser de otra manera. Cuando dos árboles milenarios han compartido tanto, no pueden sino abandonarse tiernamente para ir a poblar otros bosques diferentes (de árboles también gigantes). Y en el intento realizado desde la poesía que pobló sus ramas, antes entrelazadas, se van liberando poco a poco del doloroso tormento de la herida mutua y el lánguido silencio compartido.

Suertuda tú y suertudo él. Suertuda yo de formar parte de vuestras milenarias raíces.

Un abrazo fortísimo Jules (ahí, siempre creciendo...un día me voy a descuidar y ya habrás rozado el cielo de tanto seguir hacia delante, ¡valiente!, ¡valientes!).